jueves, junio 11, 2009

Sale a la luz el libro póstumo de una pentapléjica que conmocionó a España. www.elimparcial.com




Ella quería morir pero se oponía a tirar la toalla. Olga Bejano se fue el pasado mes de diciembre con los deberes más que hechos. Su madre presenta a EL IMPARCIAL el cuarto y último libro de una mujer admirable que durante 23 años sufrió una pentaplegia que tan sólo le permitía pensar y sentir. Aún así, gracias a una fuerza aplastante y a la “cariño-terapia” de su familia, enfermeras y amigos, Olga consiguió disfrutar de las pequeñas alegrías que podía ofrecerle su sufrida vida.

No puede cuantificarse el esfuerzo de un día en la vida de Olga Bejano ni el sufrimiento de 23 años en una cama sin poder ver, hablar, moverse, comer ni respirar sin asistencia. Sacar fuerzas para seguir adelante en esas condiciones es algo excepcional pero Olga lo consiguió sin presentarse como una víctima.

Muchos la consideran santa, pero su madre precisa, “no santa de altar. No me gustan los merengues ni las mieles”. Olga era una mujer fuerte y con carácter que “se cabreaba como todos”, explica Mari Carmen Domínguez. Desde su cama a pesar de su invalidez, luchó por sus derechos y de los demás enfermos.

Cada día, después de una ardua limpieza y de la maniobra de traslado de la cama a la silla de ruedas, Olga se ponía a trabajar. Podía hacerlo y tenía en la cabeza decenas de proyectos: libros, entrar en el Guiness de los récords por la cantidad de intervenciones quirúrgicas que le practicaron, completar el Vía Crucis para la juventud que le pidió el Papa...


Era una mujer infatigable. Logró organizar su vida para superar sus limitaciones. Consiguió escribir sentada en la silla con un rotulador atado a la mano derecha que impulsaba con la pierna para pintar unos garabatos. La enfermera aprendió a traducirlos fijándose en el movimiento de su mano. Así, con este sistema, mucha paciencia y mucho esfuerzo, pudo expresarse, comunicarse con el mundo y contar su vida.

Antes de morir esta trabajadora exhaustiva y perfeccionista dejó listo “Alas rotas”, su testamento vital presentado este martes por su madre.



Carmen cuenta a este periódico que decidió “poner toda la carne en el asador para mejorar la calidad de vida de su hija”. Lo importante era buscar la normalidad en su día a día. “Es cierto que no podía comer, explica, pero uno puede comer con la cabeza”. Así, le proponía por ejemplo unas patatas a la riojana, “que le encantaban”, y aunque sus papilas gustativas no pudiesen disfrutarlas, disfrutaba de otra manera del un puré “muy bien coladito” que le elaboraba para después introducírselo a través de una sonda. “¡Comía lo mismo que nosotros, incluso los langostinos y las uvas en fin de año! Son las pequeñas cosas las que te dan la felicidad y a las que no hay que renunciar”, concluye Mari Carmen.


La “cariño-terapia”, una palabra que acuñó Olga, era lo principal para afrontar el sufrimiento que supone la pérdida de toda intimidad, el dolor y la dependencia de los demás. Su enfermedad hizo sufrir a toda su familia y ese peso también lo llevaba consigo: “Me siento como un pulpo que con mis tentáculos tengo atados a todos los miembros de mi familia”, escribió.

Pero su testimonio también les ha hecho fuertes y con ella han aprendido a valorar aquello que parece obvio y no nos paramos a pensar cuán importante es. Abrir y cerrar los ojos, por ejemplo. Ella no podía.

Su relación con Dios era de una profunda intimidad. Considera que Él era el Maestro de su “acuarela” y que ella no podía interrumpirla. “No te quejarás, le decía, porque sabes que nunca he tirado la toalla”.



Olga intentó que Ramón Sampedro tampoco lo hiciera. Le sugirió por carta que contratara a tres enfermeras para que tuviese cierta independencia. El le respondió que ni con 300 quería vivir como ella. Y le respetó porque, como decía, “no es lo mismo torear un Miura en la arena que verlo desde la barrera”.

“La vida es el mayor arte que existe y saber vivir es ser un gran artista. Vivir las veinticuatro horas de un día intentando superar los momentos difíciles, sabiendo disfrutar de los momentos agradables que nos presente la vida, eso es vivir; y vivir siempre merece la pena, hasta el final, hasta que el Maestro de nuestra acuarela decide que nuestro cuadro está terminado a su gusto y sólo le queda poner la fecha y la firma”.Olga Bejano. "Alas rotas" (Libroslibres)


Blanca de Ugarte (Fotografías de Manuel Engo)