lunes, noviembre 22, 2004

La navidad. Revista Ana Rosa


A los 13 años fui operada de una sencilla apendicitis y, parece ser que el ‘curare’, un componente que se usaba en las anestesias a finales de la década de los setenta, dañó mi bulbo raquídeo y el sistema nervioso central. Esto me produjo una enfermedad neurológica progresiva que ha ido paralizando mis músculos”. Pero la enfermedad no la ha arrinconado. Ya lleva dos libros publicados Voz de papel y Alma de color salmón (Editorial Libros Libres).

Soy una mujer joven, el 3 de noviembre cumplí 41 años. Debido a una enfermedad que tuve a los 23 años, estoy paralizada de la cabeza a los pies. Sólo puedo ver durante unos segundos si me levantan el párpado derecho. No puedo hablar y tampoco escribir; me comunico con un sistema de abecedario inventado por mí y con unos garabatos que sólo entiende mi enfermera.Me alimento a través de un botón de gastrostomía y respiro de manera artificial, con ventilación asistida; tengo dolores crónicos y fiebre casi a diario. Cuando caí gravemente enferma me dieron seis meses de vida, entonces decidí que no podía esperar a la muerte de brazos cruzados. Como lo único que podía hacer era escribir, eso fue lo que hice. Parece que no se me da del todo mal y no hay día en el que no reciba una llamada, una carta o la visita de algún lector.


A pesar de mis 18 años de ‘arresto domiciliario’ no soy la típica enferma que se deprime, llora o se victimiza. Por el contrario, procuro que mi familia, mi enfermera y mis amigos siempre me vean lo mejor posible aunque, como todo el mundo, tengo días mejores y peores. Mi vida no es para nada triste o aburrida, al revés, el tiempo que la enfermera está conmigo no es suficiente para hacer todo lo que ese día tengo planeado. La vida es el don más preciado que Dios nos da y depende de cómo la viva cada uno puede ser el más desgraciado del planeta o el más feliz.Cuando estaba bien, vivía las fiestas navideñas como cualquier chica de mi edad: comidas, cenas en familia, etc. Me hacía mucha ilusión comprarme algún modelito para el cotillón de Nochevieja. El roscón de Reyes solía comerlo en algún autobús dirigiéndome al Pirineo Aragonés para esquiar con mis amigas. Algunos días, de los 15 que tenía de vacaciones, los dedicaba a una obra solidaria. También solía hacer compras. En este momento, no puedo comer, comprar, ni esquiar, pero creo que ahora sí entiendo el espíritu navideño, y pienso más en los demás. Para mí, la Navidad ahora se ha convertido en una época de renovación personal.

Por eso, al año 2005 le pido que la igualdad entre el hombre y la mujer sea una realidad, sobre todo en el Tercer Mundo, y que se erradique del todo la ablación.

Que los ingenieros agrícolas obtengan algunas semillas a las que las plagas no puedan atacar, para que no haya hambre en el mundo.

Que se gaste menos dinero en armamento y más en sanidad. Que los científicos descubran algunas de las vacunas más importantes y la solución para enfermedades cardiovasculares, neurológicas, cáncer, sida...

Que la educación no sea un lujo en muchos países.

Y que la paz no sea una utopía.

En definitiva, que todos pongamos nuestro granito de arena para conseguir un mundo mejor.

Y a las lectoras de AR os deseo Feliz Navidad, que se hagan realidad todas vuestras ilusiones.l