miércoles, septiembre 22, 2004

Mi fugaz experiencia en el más allá. La Verdad Digital


En 1987, Olga Bejano estuvo clínicamente muerta durante seis minutos; luego pasó cinco días en coma. Estos son sus recuerdos:

Entré en parada cardiaca en el box de Urgencias.

Oí que alguien decía: ‘¡Se nos va! ¡Se nos va!’

Sentí que salía de mi cuerpo. Al principio me vi perdida, no sabía bien dónde estaba, si era un sueño o estaba pasando de verdad. No sabía si estaba viva o muerta. Me puse a correr intentando buscar una salida y no la encontraba, sentí una angustia y una desesperación tal que comencé a llorar. De repente, me vi envuelta en una luz. Eran espirales de menor a mayor formando un túnel. Esa luz me atraía hacia ella como un imán. Me introduje en ese túnel. En el fondo había una persona masculina. No distinguí su cara porque estaba lejos. Llevaba una túnica blanca, con la mano me hacía gestos para que fuera hacia él y me decía: ‘Olga, ven’. Me pregunté quién sería y por qué sabía mi nombre.

Al avanzar dejé de sentir miedo... En un momento determinado fui consciente de que mi alma había abandonado su cuerpo. Para mí la muerte hasta entonces eran palabras como cementerio, ataúdes, oscuridad, bichos o miedo. Descubrí que la muerte no existe, no es otra cosa que nacer a otra vida, la muerte es luz, paz, descanso, placer, bienestar y un amor infinito que en esta vida no existe...

Me sentía la mujer más feliz del planeta. Olvidé todo lo que había sufrido hasta llegar allí. Avancé y oí la voz de mi hermano Javier gritando y sollozando, desesperado: ‘Lucha, Olga, no te rindas. Lucha, no nos dejes’. Entonces me detuve. Quería avanzar y llegar al final. Emprendí la mayor batalla de mi vida. Al final del túnel estaba el placer, el amor y el bienestar... Retroceder era volver a un cuerpo enfermo en el que seguiría sufriendo. ¿Y a quién le gusta sufrir? A mí no...».«Allí el tiempo es otro. No se me hizo ni largo ni corto, pero sí duro, muy duro...

Según nuestro tiempo pasé cinco días en coma profundo. Cuando decidí volver desperté aquí como por arte de magia... La voz de mi hermano iba a retumbar siempre en mi interior y no iba a dejarme ser feliz. Necesito volver para decirles a todos que Dios y el más allá existen, que no tienen que llorar por mi muerte ni por la de nadie porque todo es maravilloso.

Aquella forma me dijo: ‘La que no tiene que llorar eres tú. Has decidido volver porque pesa más en ti el amor hacia tu hermano que el miedo al dolor y al sufrimiento. Eso te honra y me siento orgulloso de ser uno de tus guías. La próxima vez que vengas no tendrás que volver. Pero antes te queda camino por andar en la vida. Vas a sufrir mucho, pero no estarás sola. Tu sufrimiento va a ser fértil, muy fértil. Y, ahora, véte’. Julián Méndez



martes, septiembre 21, 2004

Tierra adentro: Olga Bejano, enferma incurable que lleva 17 años inmóvil. La Verdad Digital


Cuando entras en su habitación, Olga Bejano Domínguez te recibe agitando varias veces una campana de plata anudada a su tobillo izquierdo. «Os está saludando», explica Belinda Bárcenas, su contacto con el mundo exterior.





Olga está sentada en una silla de ruedas, de espaldas a una terraza con macetas desde la que se ven los árboles de un parque próximo. Está conectada a un respirador que, rítmica, mecánicamente, llena de aire sus pulmones. Un zumbido y una exhalación.

Belinda nos indica una silla. Una vez sentados, con gran delicadeza, la enfermera le levanta el párpado del ojo derecho para que Olga pueda ver a los visitantes. Ha perdido la movilidad de todo su cuerpo. «Encantada, tú eres Julián». Su ojo es de un verde intenso.

Para comunicarse, Olga escribe. Escribe en un alfabeto propio que sólo Belinda es capaz de comprender y traducir a palabras. Olga usa dos dedos de su mano derecha entre los que aprieta un rotulador Edding 1200 negro. Sus trazos son rápidos. Su cabeza está despierta y abierta a todo.






«Tengo 41 años, estoy paralizada de la cabeza a los pies, apenas veo, no puedo hablar. Me alimento y respiro de manera artificial. Padezco una enfermedad neuromuscular grave, degenerativa, desconocida y sin tratamiento, producida al parecer por un componente, el curare, que se utilizaba en las anestesias en los años 70».

Con 13 años, a Olga la operaron de apendicitis. Antes, señala, fue una niña sana, inteligente, guapa, deportista y muy creativa, con facilidad para cantar, bailar, dibujar y escribir.También se recuerda «presumida y testaruda». Tanto que entró al quirófano por su propio pie. Pero tardó 8 horas en despertar. La llamaban «la bella durmiente». «De las bromas pasaron a las lágrimas cuando al despertar dejé de ser una niña sana. Mi voz era como de catarro, me pesaba la lengua y al beber se me salían los líquidos por la nariz. Si me cansaba veía doble», dice.

Pese a todo, trató de hacer una vida normal cuando no estaba ingresada. La examinaron en Logroño, pasó seis años en la Clínica Universitaria de Navarra... Luego, un rosario de hospitales.Entretanto estudió Decoración, se hizo fotógrafa profesional en Madrid, encontró trabajo... Pero el 27 de mayo de 1987 se le paralizó la glotis, se asfixió y estuvo seis minutos clínicamente muerta. Pasó cinco días en coma. A los tres meses tuvo una recaída. «La vida se me rompió a los 23 años. Había viajado, ligado y empezaba a trabajar... Estaba muy enamorada y tuve que romper esa relación, no quería que mi enfermedad salpicara a otros». Olga pide a Belinda que le seque una lágrima. Como no puede parpadear tiene úlceras.

—Habría personas en su situación que no desearían vivir...
—Tirar la toalla es lo fácil.

—¿Por qué sigue viva?
—Sigo viviendo porque creo que yo no soy quién para decidir mi día y mi hora. Pero respeto y entiendo a los que no quieren vivir. No impondré mis ideas ni mis principios a nadie. Para mí, la libertad y el respeto a los demás es lo primero.

—Cuenta que nació en Madrid, que su madre fue compañera de parto de Lola Flores y que usted compartió nido con Rosario. También ha dicho que a las 24 horas tuvo su primera regla y que hay personas que creen que eso es un indicio de vida muy especial...
—No sé si es leyenda o ciencia. Lo que sí sé es que en mi vida está siendo una realidad.

—¿Y no se ha preguntado por qué?
—Al principio, muchas veces. Pero ahora, al ver que mi vida está dando tantos frutos ya no me lo pregunto. La gente me da la respuesta todos los días con sus llamadas, cartas y visitas.

Olga Bejano ha escrito dos libros, «Voz de papel» y «Alma de color salmón», de los que se han vendido 18.000 ejemplares. Lleva 8 capítulos de una tercera obra que, pacientemente, Belinda pasa al ordenador. En esta casa junto a la entrada de Logroño la vida adquiere otro ritmo, otro sentido.





Esta habitación es la casa de Olga. Dentro manda ella. «Si a alguien no le gusta, se va. Aquí —dice su madre, Mari Carmen, una vigorosa navarra— hemos perdido la vergüenza, hemos aprendido a valorar lo que tiene auténtico valor», señala.

«Mamá, dile si mi vida es fructífera», escribe Olga. Mari Carmen asiente.

Por la casa han pasado cientos de personas (Nacho Cano, Pitita Ridruejo, El Juli...).
Sus amigos tienen una página: http://groups.msn.com/colorsalmon

—Apenas duerme cuatro horas cada noche... ¿Recuerda sus sueños?
—Mejor no recordarlos. Suelo tener sueños premonitorios y no me fallan.

—Su padre, Juan Manuel, murió hace poco...
—Sí. El día en que cumplí 40 años le dio un infarto. Estuvo mes y medio en coma y falleció el 17 de diciembre de 2003. Le echo muchísimo de menos. Era todo para mí. Padre, amigo, cómplice, enfermero... Valía por dos. Ahora mi madre y Belinda tienen que hacerlo todo. Yo soy paciente de UCI, pero no me pueden ingresar porque allí moriría de una infección y no tendría a nadie que me ayudara a expresarme. Lucho por vivir en mi casa, pero con ayuda.

—¿No piensa en cómo habría podido ser su vida?
—Tengo seis amigas desde los 13 años. Tuve una temporada, cuando empezaron a casarse y a tener hijos, que sentía mucho dolor. Pero si le soy sincera creo que ahora soy más feliz que ellas. No tengo problemas de trabajo, ni de marido, ni de hijos, ni de suegras. Me he casado con el mejor hombre del mundo, nunca va a ser alcohólico, ni infiel, ni nada malo. Lloro a solas, por la noche, no quiero hacer sufrir a nadie.

—¿Y cómo hace para no pensar, para no añorar otra existencia?
—Hay que ser fuerte para no recordar o desear. Reconozco que tengo mucha fuerza psíquica y mucho aguante.

—Dígame su secreto.
—Mire, yo me despierto y cuando siento los dolores o la fiebre, en vez de llorar me tomo algo y hago ejercicios mentales para separar mi cuerpo de mi alma. Cuando llega la enfermera por la mañana, le digo: «¡Venga, corre, aséame que tengo que hacer esto y lo otro!». Mientras estoy con ella no paro de hacer cosas. Caigo en la cama tan cansada que no puedo ni pensar. Hago mucha oración y mucha meditación.



Olga está cansada. Belinda le da la medicación (toma morfina desde hace 3 años) y, luego, la tumba en la cama. En la cabecera hay una antigua y hermosa fotografía en blanco y negro de Olga y su hermano Javier. Van de la mano. Julian Méndez








viernes, septiembre 10, 2004

Correspondencia mantenida con Ramón Sampedro. ABC



Olga Bejano recibió hace años la visita de un sacerdote gallego que conocía a Ramón Sampedro. Le pidió que le escribiera para ver si ella era capaz de hacerle "recapacitar". Redactó dos cartas. "Además de tetrapléjica no puedo ver, ni hablar, ni comer, ni respirar; llevo 15 años de arresto domiciliario. A esto hay que añadirle dolores crónicos y fiebre casi a diario. Él me dijo que no podía entender cómo en esas condiciones yo quería seguir viviendo; le respondí que tenía tantas ganas o más que él de irme. Al contrario que él yo sí era creyente y quería que Dios decidiera cuál era mi día y mi hora, mientras tanto lucharía por conseguir la asistencia que necesito.

"Le propuse, ¿por qué en vez de luchar para morir no luchas para vivir?
Si yo me pasara como tú años y años tumbado en la cama, mirando al techo y dándole vueltas a la cabeza, creo que me volvería loca. Tú llevas así 30 años, que se dice pronto. ¡Y dicen que la mujer es el sexo débil! Pero tú estás demostrando ser un cobarde. Eso no se lo dije para hacerle daño sino para que reaccionara, pero él lo tenía muy claro. Añadí, ¿por qué no luchas por conseguir una vida independiente, personal que te cuide, una silla eléctrica que te lleve de paseo, un ordenador que puedas usar con la voz...? Y con esa voz tan bonita y esa cabeza tan bien amueblada incluso podrías trabajar en un programa de radio.

Me respondió malhumorado. "No quiero vivir ni con 20 enfermeras ni con todo el dinero del mundo. Soy una cabeza pensante pegada a un cuerpo muerto y así no quiero vivir".

Le respondí que le comprendía mejor que nadie, pero que no quería que se fuese porque era un ser excepcional".

"El día que se fue lloré de impotencia, pero me sentí feliz porque había conseguido lo que él quería. Yo nunca diré sí o no a la eutanasia, daré testimonio con mi vida, los hechos son lo único que cuenta. Respeto y entiendo a los que están a favor, yo sólo digo que no soy quién para imponer mis principios y mis ideas a nadie y el primero que nos hace libres es Dios".





miércoles, septiembre 08, 2004

Soy tetrapléjica, no puedo ver, hablar, ni respirar, pero pido ayuda para vivir. La Razón


Olga Bejano, conectada desde hace 21 años a un respirador, cuenta su pasión por seguir adelante

Olga Bejano nada a contracorriente desde 1987, cuando su glotis se paralizó y sufrió una parada cardiaca por asfixia. Entró en coma profundo, estuvo clínicamente muerta y tuvo la «experiencia del túnel». Tenía 23 años. Ahora tiene 41 y no ve, no se mueve, ni habla, ni puede comer. Es tetrapléjica y sigue viva gracias a un respirador artificial. Pero oye, siente y piensa, su agilidad mental es extraordinaria y se comunica, gracias a su enfermera, a través de una serie de garabatos ininteligibles. A través de ellos Olga ha expresado a LA RAZÓN sus ganas de seguir adelante y pide más medios para vivir.

A través del teléfono, que atiende su enfermera, se puede escuchar la vida de Olga abriéndose paso a través del respirador. Sin él hace tiempo que Olga habría regresado a aquella paz y aquella «Luz» que vio durante su «experiencia del túnel», cuando en 1987 –entonces era decoradora de interiores y fotógrafa– se cerró su glotis y entró en coma. «Olga te escucha», me asegura su enfermera. Le formulo las preguntas y ella va leyendo, interpretando sílaba a sílaba los garabatos que Olga escribe en el papel. Es tetrapléjica, no ve, no habla ni come, pero su lucidez es absoluta.

Le pregunto si está al tanto del debate que ha surgido sobre la eutanasia a raíz del «rescate» del caso de Ramón Sampedro en la película «Mar Adentro» de Amenábar. «Sí, claro, lo sabe, lo sabe...», me asegura la enfermera, que a partir de ahora «lee» en primera persona las sílabas que nacen de los imperceptibles movimientos de la mano de Olga.

– ¿Conociste a Ramón Sampedro, Olga?
– Sí, le conocí. Nos carteamos dos veces. Le dije que si él tuviera más medios, seguramente querría vivir. Él me dijo que no podía entender cómo yo quería seguir viviendo, y que ni con veinte enfermeras, ni con silla de ruedas eléctrica, ni con ordenador ni con nada. Que él no quería vivir.

– ¿Qué le respondiste?
– Le envié mi «Carta contra la eutanasia», pero él dijo que ese era sólo mi punto de vista. Yo le respondí que tenía tantas ganas o más que él de irme, pero que al contrario que él, yo era creyente y quería que Dios decidiera cuál era mi día y mi hora. Ramón Sampedro luchó por lo que quería y lo consiguió, y yo, aunque estoy en contra de la eutanasia, respeto a los demás y no impongo a nadie mis principios. Porque el primero que nos hace libres es Dios.

– ¿Qué te empuja a vivir, Olga?
– Dios. Todo lo que soy lo he recibido de Él.

– ¿Qué quiere decirle a tanta gente que sin saber lo que es el sufrimiento pretende legislar el de los demás?
– Que nadie puede saber lo que es capaz de aguantar hasta que la vida no te pone el toro delante. Yo soy tetrapléjica, vivo gracias a un respirador, pero pido otra clase de ley. Una ley que regule y disponga más ayudas para los tetrapléjicos. A mí me cuidaban mis padres y mi enfermera, pero al fallecer mi padre, mi madre no puede con todo. Y yo no puedo ir a vivir a ningún tipo de residencia, sólo puedo vivir en una UCI, y eso sería una crueldad. El otro día se me estropeó el respirador, la enfermera había salido un momento, casi no lo cuento. Necesitamos más ayuda.

– Olga, ¿eres feliz?
– ¡Por supuesto que soy feliz! Tengo mucho sentido del humor, la gente que me conoce nunca me ve llorar. ¿Sabe lo que decía mi abuela materna? Que las lágrimas no son fértiles. Y yo, como verá, soy un vegetal muy activo... ¡Estoy escribiendo mi tercer libro!




Extracto de la «Carta en contra de la eutanasia»

«Creo que, debido a mi situación, puedo hablar viendo el problema desde el centro de la plaza y con el toro delante, no desde la barrera. [...] Me llamo Olga. Padezco una enfermedad neuromuscular grave, desconocida, progresiva y sin ningún tratamiento. [...] Mi vida es, desde hace ocho largos años, malestar físico, obstáculos, limitaciones, problemas hospitalarios, familiares, burocráticos... En una palabra: sufrimiento. Pero este sufrimiento si uno llega, como yo, a entenderlo, es una lección constante que ayuda a madurar y a superarse. Soy católica, siempre he creído en Dios, en la existencia del alma y en que cuando uno muere no termina ahí su vida. Cuando estuve en coma, tuve la suerte de tener la famosa experiencia del «túnel». Esto transformó mi vida. Desde entonces, no tengo ningún miedo a la muerte, porque sé que cuando uno se va, allí se siente mucho placer y bienestar. [...] Está claro que mi hora no había llegado, y yo no soy quién para alterar el destino y mucho menos los planes de Dios. Vivimos en una sociedad en la que priman el placer y lo material, pero el sufrimiento y la muerte vienen incluidos en la vida, forman parte de ella. Soy partidaria de luchar, no de «huir» [...] por eso lucharé hasta el final. Respeto y entiendo a los que se dan por vencidos y no creen en nada; pero yo, cuando llegue al «otro lado», quiero tener la sensación de llevar mis deberes cumplidos [...] La mentalidad de que sólo lo biológicamente bueno vale la pena impide conocer grandes realidades humanas: Beethoven compuso sus maravillosos cuartetos hasta el último momento; Tiziano pintaba con casi noventa años, cuando apenas podía sujetar los pinceles. Los defensores de la eutanasia olvidan que cada vida es única e irrepetible y tiene todo el valor posible. Si hubiese una vida sin importancia, ninguna sería importante». (13 marzo 1995).